Israel: Tres atentados vuelven a agitar el ‘statu quo’ de violencia

Los recientes ataques, dos reivindicados por el autodenominado Estado Islámico, han conmocionado a Israel. Con 11 víctimas en una semana, el Gobierno israelí ha endurecido sus redadas y detenciones de sospechosos en comunidades árabes y palestinas, que también registran fallecidos casi a diario.

De la mano de estigmas reavivados y con el trasfondo de un conflicto sin resolver, las celebraciones musulmanas del Ramadán se enfrentan al temor de una nueva espiral de violencia.
Una serie de atentados terroristas en Israel ha reavivado los temores a una nueva espiral de violencia. En una zona que convive con un conflicto sin resolver y acostumbrada a los estallidos cíclicos, tres atentados con 11 muertos en una semana son motivo de alerta.

El 22 de marzo, un beduino de nacionalidad israelí y con pasado en varias cárceles israelíes causando la muerte de cuatro personas en un ataque con cuchillo y atropello en la ciudad sureña de Beer Sheva; el 27 de marzo, dos árabes-israelíes mataron con disparos a dos policías de frontera en Hadera, una urbe ubicada entre Tel Aviv y Haifa; y dos días después, un palestino de Cisjordania, a bordo de una motocicleta y armado con un rifle M16, abrió fuego contra transeúntes, dejando otros cinco fallecidos.
Sin embargo, los tres episodios no parecen seguir un mismo lineamiento. Los dos primeros fueron perpetrados por seguidores del autodenominado Estado Islámico y fueron reivindicados por el grupo yihadista, siendo los primeros ataques reconocidos de esa formación en Israel desde 2017, según el grupo de inteligencia SITE. El tercero fue el único efectuado por un ciudadano palestino y, en un movimiento poco común, fue repudiado por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas.

«Es difícil identificar los motivos de estos ataques específicos, ya que son distintos de los que normalmente han tenido como objetivo a los israelíes en los últimos años», afirma a France 24 Mairav Zonszein, analista senior de Israel-Palestina para el International Crisis Group (ICG).
Para Eyal Zisser, vicerrector y profesor del departamento de Historia de Medio Oriente de la Universidad de Tel Aviv, existe un efecto contagio en la seguidilla de ataques: «Lo que necesitas es un intento que tenga ‘éxito’ e inmediatamente otra gente lo sigue. Lo vimos con el Estado Islámico en Europa».

Según el académico, los atacantes no parecen responder a «una cadena de mando», sino que, «como en muchas de las crisis en Europa, un individuo toma la iniciativa y lleva a cabo ataques».
No obstante, para Zonszein, no se puede ignorar el escenario actual del conflicto israelí-palestino, con desigualdades que alimentan las tensiones. «El pueblo palestino sigue atrapado en un ‘statu quo’ cada vez peor de ocupación, desposesión, sin renovación política ni un proceso entre ellos o un cara a cara con Israel. Agregue a eso que Estados Unidos y el mundo árabe los abandonaron, y tiene un clima que se presta a la violencia», detalla.
El Gobierno israelí se mueve entre una «mano de hierro» y evitar una escalada
Con el antecedente del reanudado conflicto entre Israel y Hamas en 2021, y la cercanía de un mes de abril en el que coinciden el Ramadán musulmán, la Semana Santa cristiana y el Pésaj judío, el Gobierno israelí había adoptado un discurso conciliador, con acercamientos a las autoridades palestinas y al rey de Jordania, país que detenta la custodia de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén.

Pero tras los atentados, el primer ministro israelí Naftali Bennett endureció su narrativa frente a lo que catalogó como «ola de terrorismo árabe asesino» y multiplicó las redadas y detenciones, principalmente en Cisjordania y en comunidades árabes. Además, ordenó el refuerzo de tropas en Cisjordania y en la frontera entre Israel y Gaza e instó a los ciudadanos israelíes a portar armas, en caso de que cuenten con licencia para hacerlo.
Luego del llamado de Bennett, se sumaron 1.500 solicitudes de permisos para la portación de armas solo el 30 de marzo, en contraposición al promedio habitual de 60 diarias, lo que representa un incremento del 2.500%, según un reporte del ‘Canal 12’ local. Entre las comunidades árabes, el mensaje del primer ministro fue recibido con preocupación.

Y es que la respuesta a la seguidilla de ataques supone un desafío para la variopinta coalición gobernante, surgida hace diez meses y conformada por ocho partidos de orígenes ideológicos diversos, incluida la formación islamista Ra’am, primera agrupación árabe en integrar un Ejecutivo israelí. Cuestionada tanto por derecha como por izquierda, la Administración Bennett se mueve entre medidas para llevar tranquilidad a la población y evitar dar pasos en falso que alimenten más violencia.
«El ‘establishment’ de seguridad israelí fue tomado por sorpresa por esta serie de ataques y ahora está luchando para tratar de abordar la amenaza, mientras se apega a una política de tratar de mantener las arenas palestinas de Cisjordania, Jerusalén Este, Gaza e Israel, separadas y tranquilas», señala Zonszein.

En cambio, Eyal Zisser considera que Bennett lidera una «respuesta usual». «¿Qué pueden hacer? Quieren derrotar al terror, darle a la gente una sensación de seguridad y prevenir», sopesa, a la vez que aclara que «intentan ser precavidos y no llevar a una escalada».
De acuerdo al profesor de la Universidad de Tel Aviv, los medios de comunicación locales «llaman al pánico y la gente pierde la sensación de seguridad», pero «nada dramático ha pasado». «Hay tensión, pero la vida debe seguir», sostiene.
Mientras algunos analistas han llegado a equiparar esta serie de atentados con los inicios de la Segunda Intifada, Zisser se desmarca rotundamente de ellos y asevera que «no hay nada que comparar». «Primero, la Segunda Intifada fue algo más amplio, más popular, en cada calle. Segundo, los líderes de varias entidades palestinas organizaron algunos de aquellos hechos. Este no es el caso», sentencia.
Con más controles y fallecidos palestinos casi a diario
Para Zisser, las medidas del Gobierno israelí han sido «verdaderamente específicas, sin hablar mucho y sin causar un impacto a la población palestina en general». Sobre lo específico, un ejemplo discutible es que el gabinete de seguridad decidió demoler las viviendas y revocar los permisos laborales de los allegados a «los terroristas», para así «subrayar las pérdidas» y «disuadir» a quienes se tienten de atacar.

Pero dentro de un conflicto como el israelí-palestino, este tipo de aplicación reaviva rechazos existentes y da ideas muy distintas, tanto a políticos como a ciudadanos.
En el suburbio de Bnei Brak, donde ocurrió el tercer atentado, el primer grito de la mayoría ultraortodoxa fue «muerte a los árabes». Mientras que al día siguiente, varios alcaldes de ciudades judías amenazaron con una suspensión del trabajo de los obreros árabe-israelíes o palestinos de Cisjordania que se dedican al sector de la construcción. En las mismas urbes añadieron que pedirían a los empleados de limpieza árabes, dedicados a instituciones educativas, trabajar después del horario escolar.
«Los israelíes se han acostumbrado a una situación en la que no pagan el precio del control continuo sobre millones de palestinos y no se centran en el conflicto –asegura la analista senior Mairav Zonszein, residente en Tel Aviv–. Ahora están conmocionados por los ataques, pero los palestinos se enfrentan a la violencia, la discriminación y la desigualdad de manera diaria y sistemática en las áreas en las que viven. Por desgracia, pueblos y comunidades enteras sufrirán aún más debido a las acciones de unos pocos».

Los pocos también son los movimientos palestinos Yihad Islámica y Hamas, que celebraron lo ocurrido en Bnei Brak, cuando el padre del atacante palestino lamentó las cinco víctimas israelíes y ucranianas.
Desde ese 29 de marzo, en el marco de las operaciones de arresto de «sospechosos», las fuerzas israelíes (con Policía de Fronteras, soldados y el Servicio de Seguridad Interior) han causado la muerte de al menos 6 palestinos en Cisjordania ocupada, durante tiroteos o enfrentamientos en Jenín y Hebrón.
Entre los fallecidos en el último choque, al cierre de este escrito, tres palestinos reclamados como miembros por la Yihad Islámica. Según la policía israelí, formaban «una célula terrorista (que) aparentemente se dirigía a llevar a cabo un ataque». Un perfil que, de ser verídico por ambas partes, difiere del que tenían el resto de jóvenes, con uno adicional de 17 años que resultó herido en la aldea de Jinba, luego de que cinco colonos le arrojaran un objeto explosivo.
El mes sagrado del Ramadán, ¿escenario o excusa para la violencia?
Antes del inicio del Ramadán este 2 de abril, y antes de los atentados, el runrún en la esfera política israelí y palestina era hacer del rito musulmán de este año una tranquila celebración. Así lo insistieron también en la reciente ‘Cumbre de Néguev’ las naciones de Marruecos, Egipto, Bahrein y Emiratos Árabes Unidos.
Sin embargo, desde esta inusual cita árabe-israelí sin representación palestina, los titulares de los medios israelíes han pasado de una «cumbre de paz» a la palabra «terror», sugiriendo un retorno del miedo a estar en la calle, y ante lo que pueda derivar el Ramadán, que en mayo pasado culminó en once días de bombardeos entre Israel y Hamas.

A ojos de la analista del International Crisis Group, «es difícil predecir si las cosas –que han tenido un marcado carácter yihadista– podrían escalar aún más y cuándo. A diferencia del año pasado, el Gobierno israelí ha adoptado una política de tratar de apaciguar a los palestinos con incentivos económicos y está en diálogo con Jordania y con funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Ninguno de los bandos, incluido Hamas, parece interesado en una guerra total».
En concreto, Mairav Zonszein se refiere a que, por ejemplo, Israel elevó este marzo de 12.000 a 20.000 los permisos de empleo para trabajadores de Gaza, con una inversión de unos 12 millones de dólares para la reforma de los pasos hasta la Franja, a la que, en paralelo, denegó en febrero el 31% de las solicitudes que se emitieron para recibir un tratamiento médico.
Y es que, como recuerda el profesor Eyal Zisser, «la situación no ha cambiado»: «Cuando te acercas a días festivos, la gente se vuelve más religiosa, más emocional. Pero, aparte de eso, la situación no ha cambiado (…) Sabiendo el panorama general, junto a la cercanía del Ramadán, un incidente es seguido de otros».

En su significado, el Ramadán está al margen de la violencia. «El Islam enseña y prohíbe categóricamente la matanza o violencia contra personas inocentes –defiende ante France 24 el imán Marwan Gill, presidente de la comunidad musulmana ‘Ahmadía’ en Argentina–. Pero por otro lado, para establecer paz y vivir en armonía, en cierta convivencia pacífica, se requiere un estándar alto de justicia. Y creo que en eso todavía falta mucho».

